sábado, 15 de noviembre de 2008

LOS SAMANES: HABITANTES MÁS ANTIGUOS DE LA TIERRA DE ORO




Paz, armonía, tranquilidad, alucinación, reciedumbre… son algunos de los calificativos con los que se ha relacionado el samán de Quilichao a lo largo de su ya centenaria historia. Y no puede ser para menos: su elevada y robusta figura semeja una gran montaña que se deja sacudir por los suaves vientos que llegan del cerro de Munchique, fiel vigía del diario acontecer de la Tierra de Oro.

Este majestuoso árbol ha trascendido los linderos de las ciencias naturales y se ha convertido en motivo de inspiración para poetas, pintores, escultores, fotógrafos y sobre todo para un número incalculable de enamorados y enamoradas, que encuentran bajo su tupido follaje el mejor lugar para dar rienda suelta a la galantería y al arte de enamorar, tal vez seducidos por el inexplicable sentimiento de protección y seguridad que brinda el símbolo natural del terruño.

El samán se encuentra en muchos lugares del país, no es un privilegio exclusivo de los quilichagüeños, sólo que son ellos y ellas quienes tradicionalmente han identificado al municipio con éste gigante vegetal, cuyas semillas fueron enviadas desde el departamento de Tolima por el señor Juan Villafañe a solicitud de Aristides Rengifo. Esto ocurrió hacia el año 1897 – según lo testimonia Armando Velasco Zúñiga en su libro “Santander de Quilichao: La evolución de un pueblo con espíritu cívico ancestral” – y las semillas fueron sembradas en tarros de guadua hasta que los arbolitos alcanzaron una altura aproximada de 1,50 metros, momento propicio para ser trasplantados al parque Simón Bolívar, de Santander.

Como parte representativa de la arquitectura vegetal de la zona, el samán es indomable en su territorio, tanto que no ha sido vencido por la fuerza humana, que ha tenido que resignarse a ver como sus raíces emergen del pavimento que trata de esconderlas, reventando las lozas una y otra vez a lo largo de los años. La situación más particular a este respecto se vivió precisamente el año anterior, cuando un grupo de ciudadanos “puso el grito en el cielo” al observar impotentes como una cuadrilla de operarios de la administración municipal cortaba algunas de las raíces del samán, como parte de un conjunto de obras de embellecimiento del parque Bolívar.

Bien reza el dicho que “después de ojo sacado no vale Santa Lucía”. Las raíces se quedaron cortadas y todavía se esperan acciones judiciales en contra de quienes podrían ser los responsables de esta acción, justificada con el argumento de que fue un procedimiento técnico y que mientras no se corten las raíces principales, el árbol no se caerá. Pues amanecerá y veremos.

Mientras tanto, el samán seguirá como observador impasible de los ires y venires de la comarca que orgullosamente se hace llamar “La Ciudad de los Samanes”, pues muchos otros ejemplares se encuentran diseminados por lugares muy atractivos para los visitantes, como la capilla doctrinera de Dominguillo, hermoso recodo de la historia colonial, en el cual se puede deleitar el alma y descansar el cuerpo, o bañarse en las aguas del río Quinamayó. También se encuentra marcado por samanes el sendero que conduce al cerro tutelar de Munchique, sitio sagrado para los indígenas paeces, santuario natural en el que conviven especies animales y vegetales dentro de un esfuerzo comunitario de reforestación y manejo sostenible de la naturaleza.

El samán en la literatura y la música de Quilichao
El sitio que ocupa el samán en Santander de Quilichao, no es sólo físico, pues trasciende los imaginarios colectivos que lo relacionan con la belleza, la placidez, la tranquilidad, etc. Tal vez el lugar más privilegiado por su ubicación es el Colegio Instituto Técnico, ubicado a un costado del parque Simón Bolívar. Sobre uno de sus tejados descansa uno de los más frondosos ramales del samán, que a fuerza de perseverancia “entró” en el diseño del escudo y del himno de la institución educativa, cuya primera estrofa dice así:

A la orilla de plácido río
A las plantas de esbelta colina
Alejado de bulla dañina y
A la sombra de inmenso samán
Te levantas plantel de las musas
Donde corren torrentes de ciencia
Y se eleva hasta dios la conciencia
Y esperanzas risueñas están.

Un hermoso bambuco dedicado a Quilichao hace parte de la música típica colombiana, con una historia de aquellas macondianas. Jorge Villamil entregó la preciosa composición a la ciudadanía de Santander el 11 de diciembre de 1976 en el recinto del Concejo Municipal, como gesto de agradecimiento por la solidaridad que recibió el músico de parte del pueblo quilichagüeño cuando, en el mes de mayo del mismo año tuvo que comparecer en un juzgado local para responder por algunos hechos de su ejercicio profesional como médico. Se trata del bambuco Tierra del Oro, que canta en uno de sus versos:

Tierra del Oro
Rincón del Cauca
Donde a la sombra
De sus samanes
Se vive plena
La paz del alma…

Por su parte el poeta Manuel María Astudillo compuso el poema Rincón nativo, que menciona el samán en los siguientes términos:

Cuando asoma
la luna tras la loma,
aquella dulce lira
se trueca en rumorosa
serpiente luminosa
que hace de espumas íntimas violetas;
y con voces secretas
de incontenible afán,
él ofrece a los labios
de corazón cautivo
el pródigo samán

No puede faltar en esta recopilación el Himno a Quilichao, compuesto por José Antonio Tello, que en su tercera estrofa dice:

Marchemos, hermanos marchemos unidos,
Fuertes en la lucha por noble ideal;
Que sean nuestros campos jardines floridos
Y sea nuestra insignia el recio samán

Para terminar está el poema El samán de Quilichao, del poeta bogotano Roberto Liévano, que empieza con estos versos:

Samán que alucinado miré un día
Clara ciudad y silenciosa calle
Y hoy evoco en absorta lejanía
Bajo cielo feliz, en hondo valle.

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